Palabras del Cielo
martes, 27 de marzo de 2018
domingo, 24 de diciembre de 2017
¡ FELIZ Y SANTA NAVIDAD !
+Evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquel tiempo, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero.
Éste fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También
José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de
Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea,
para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras
estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no
tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:
—«No
temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el
pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías,
el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en
pañales y acostado en un pesebre.»
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
—«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.»
Palabra del Señor.
Natividad de Jesús según las visiones y revelaciones de la Beata Ana Catalina de Emmerich
XLIII
José y María se refugian en la gruta de Belén
José y María se refugian en la gruta de Belén
Era bastante tarde cuando José y María llegaron
hasta la boca de la gruta. La borriquilla, que desde la entrada de la Sagrada
Familia en la casa paterna de José había desaparecido corriendo en torno de la
ciudad, corrió entonces a su encuentro y se puso a brincar alegremente cerca de
ellos. Viendo esto la Virgen, dijo a José: "¿Ves? seguramente es la
voluntad de Dios que entremos aquí".
José condujo el asno bajo el alero, delante de la
gruta; preparó un asiento para María, la cual se sentó mientras él hacía un
poco de luz y penetraba en la gruta. La entrada estaba un tanto obstruida por
atados de paja y esteras apoyadas contra las paredes. También dentro de la
gruta había diversos objetos que dificultaban el paso. José la despejó,
preparando un sitio cómodo para María, por el lado del Oriente. Colgó de la
pared una lámpara encendida e hizo entrar a María, la cual se acostó sobre el
lecho que José le había preparado con colchas y envoltorios.
José le pidió humildemente perdón por no haber podido encontrar algo mejor que este refugio tan impropio; pero María, en su interior, se sentía feliz, llena de santa alegría. Cuando estuvo instalada María, José salió con una bota de cuero y fue detrás de la colina, a la pradera, donde corría una fuente y llenándola de agua volvió a la gruta. Más tarde fue a la ciudad, donde consiguió pequeños recipientes y un poco de carbón. Como se aproximaba la fiesta del sábado y eran numerosos los forasteros que habían entrado en la ciudad, se instalaron mesas en las esquinas de algunas calles con los alimentos más indispensables para la venta. Creo que había personas que no eran judías. José volvió trayendo carbones encendidos en una caja enrejada; los puso a la entrada de la gruta y encendió fuego con un manojito de astillas; preparó la comida, que consistió en panecillos y frutas cocidas.
José le pidió humildemente perdón por no haber podido encontrar algo mejor que este refugio tan impropio; pero María, en su interior, se sentía feliz, llena de santa alegría. Cuando estuvo instalada María, José salió con una bota de cuero y fue detrás de la colina, a la pradera, donde corría una fuente y llenándola de agua volvió a la gruta. Más tarde fue a la ciudad, donde consiguió pequeños recipientes y un poco de carbón. Como se aproximaba la fiesta del sábado y eran numerosos los forasteros que habían entrado en la ciudad, se instalaron mesas en las esquinas de algunas calles con los alimentos más indispensables para la venta. Creo que había personas que no eran judías. José volvió trayendo carbones encendidos en una caja enrejada; los puso a la entrada de la gruta y encendió fuego con un manojito de astillas; preparó la comida, que consistió en panecillos y frutas cocidas.
Después de haber comido y rezado, José preparó un
lecho para María Santísima. Sobre una capa de juncos tendió una colcha
semejante a las que yo había visto en la casa de Ana y puso otra arrollada por
cabecera. Luego metió al asno y lo ató en un sitio donde no podía incomodar;
tapó las aberturas de la bóveda por donde entraba aire y dispuso en la entrada
un lugarcito para su propio descanso.
Cuando empezó el sábado, José se acercó a María,
bajo la lámpara, y recitó con ella las oraciones correspondientes; después
salió a la ciudad. María se envolvió en sus ropas para el descanso. Durante la
ausencia de José la vi rezando de rodillas. Luego se tendió a dormir, echándose
de lado. Su cabeza descansaba sobre un brazo, encima de la almohada. José
regresó tarde. Rezó una vez más y se tendió humildemente en su lecho a la
entrada de la gruta.
María pasó la fiesta del sábado rezando en la
gruta, meditando con gran concentración. José salió varias veces: probablemente
fue a la sinagoga de Belén. Los vi comiendo alimentos preparados días antes y
rezando juntos. Por la tarde, cuando los judíos suelen hacer su paseo del
sábado, José condujo a María a la gruta de Maraha, nodriza de Abrahán. Allí se
quedó algún tiempo. Esta gruta era más espaciosa que la del pesebre y José
dispuso allí otro asiento. También estuvo bajo el árbol cercano, orando y
meditando, hasta que terminó el sábado.
José la volvió a llevar, porque María le dijo que el nacimiento tendría lugar aquel mismo día a medianoche, cuando se cumplían los nueve meses transcurridos desde la salutación del ángel del Señor. María le había pedido que lo tuviera dispuesto todo, de modo que pudiesen honrar en la mejor forma posible la entrada al mundo del Niño prometido por Dios y concebido en forma sobrenatural. Pidió también a José que rezara con ella por las gentes que, a causa de la dureza de sus corazones, no habían querido darles hospitalidad. José le ofreció traer de Belén a dos piadosas mujeres, que conocía; pero María le dijo que no tenía necesidad del socorro de nadie.
José la volvió a llevar, porque María le dijo que el nacimiento tendría lugar aquel mismo día a medianoche, cuando se cumplían los nueve meses transcurridos desde la salutación del ángel del Señor. María le había pedido que lo tuviera dispuesto todo, de modo que pudiesen honrar en la mejor forma posible la entrada al mundo del Niño prometido por Dios y concebido en forma sobrenatural. Pidió también a José que rezara con ella por las gentes que, a causa de la dureza de sus corazones, no habían querido darles hospitalidad. José le ofreció traer de Belén a dos piadosas mujeres, que conocía; pero María le dijo que no tenía necesidad del socorro de nadie.
En cuanto se puso el sol, antes de terminar el
sábado, José volvió a Belén, donde compró los objetos más necesarios: una
escudilla, una mesita baja, frutas secas y pasas de uva, volviendo con todo
esto a la gruta. Fue a la gruta de Maraha y llevó a María a la gruta del
pesebre, donde María se sentó sobre sus colchas, mientras José preparaba la
comida. Comieron y rezaron juntos.
Hizo José una separación entre el lugar para
dormir y el resto de la gruta, ayudándose de unas pértigas de las cuales
suspendió algunas esteras que se encontraban allí. Dio de comer al asno que
estaba a la izquierda de la entrada, atado a la pared. Llenó el comedero del
pesebre de cañas y de pasto y musgo y por encima tendió una colcha. Cuando la
Virgen le indicó que se acercaba la hora, instándole a ponerse en oración, José
colgó del techo varias lámparas encendidas y salió de la gruta, porque había
escuchado un ruido a la entrada. Encontró a la pollina que hasta entonces había
estado vagando en libertad por el valle de los pastores y volvía ahora,
saltando y brincando, llena de alegría, alrededor de José. Este la ató bajo el
alero, delante de la gruta y le dio su forraje.
Cuando volvió a la gruta, antes de entrar, vio a la Virgen rezando de rodillas sobre su lecho, vuelta de espaldas y mirando al Oriente. Le pareció que toda la gruta estaba en llamas y que María estaba rodeada de luz sobrenatural. José miró todo esto como Moisés la zarza ardiendo. Luego, lleno de santo temor, entró en su celda y se prosternó hasta el suelo en oración.
Cuando volvió a la gruta, antes de entrar, vio a la Virgen rezando de rodillas sobre su lecho, vuelta de espaldas y mirando al Oriente. Le pareció que toda la gruta estaba en llamas y que María estaba rodeada de luz sobrenatural. José miró todo esto como Moisés la zarza ardiendo. Luego, lleno de santo temor, entró en su celda y se prosternó hasta el suelo en oración.
XLIV
Nacimiento de Jesús
He visto que la luz que envolvía a la Virgen se
hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas
por José no eran ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido, estaba
arrodillada en su lecho, con la cara vuelta hacia el Oriente. Llegada la
medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura
de la tierra. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho. El resplandor en torno
de ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de
júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y
el atrio, parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi
más la bóveda.
Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en
claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un
movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la tierra y
aparecieron con toda claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen
Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba la
mirada sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo Eterno,
débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María.
Vi a nuestro Señor bajo la forma de un pequeño
Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado
sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que
iba creciendo ante mi mirada; pero todo esto era la irradiación de una luz tan
potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen
permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin
tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos.
Poco tiempo después vi al Niño que se movía y lo
oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma y,
tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo tuvo en
sus brazos, estrechándolo contra su pecho.
Se sentó, ocultándose toda Ella con el Niño bajo su amplio velo y creo que le dio el pecho. Vi entonces en torno a los ángeles, en forma humana, hincándose delante del Niño recién nacido, para adorarlo. Cuando habría transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, prosternándose, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretara contra su corazón el Don Sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del cielo.
Se sentó, ocultándose toda Ella con el Niño bajo su amplio velo y creo que le dio el pecho. Vi entonces en torno a los ángeles, en forma humana, hincándose delante del Niño recién nacido, para adorarlo. Cuando habría transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, prosternándose, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretara contra su corazón el Don Sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del cielo.
María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales.
Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no
hablaban, parecían absortos en muda contemplación. Ante María, fajado como un
niño común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un
relámpago. "¡Ah, -decía yo- este lugar encierra la salvación del mundo
entero y nadie lo sospecha!"
He visto que pusieron al Niño en el pesebre,
arreglado por José con pajas, lindas plantas y una colcha encima. El pesebre
estaba sobre la gamella cavada en la roca, a la derecha de la entrada de la
gruta, que se ensanchaba allí hacia el Mediodía. Cuando hubieron colocado al
Niño en el pesebre, permanecieron los dos a ambos lados, derramando lágrimas de
alegría y entonando cánticos de alabanza. José llevó el asiento y el lecho de
reposo de María junto al pesebre. Yo veía a la Virgen, antes y después del
nacimiento de Jesús, arropada en un vestido blanco, que la envolvía por entero.
Pude verla allí durante los primeros días sentada, arrodillada, de pie,
recostada o durmiendo; pero nunca la vi enferma ni fatigada.
Versión castellana del R.P. José Fuchs, S.D.B.
Natividad de Nuestro Señor Jesucristo según las visiones y revelaciones de la Beata Ana Catalina Emmerich
domingo, 23 de julio de 2017
lunes, 5 de junio de 2017
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